domingo, 30 de octubre de 2011

Su vida ya no tenía sentido.

Esta es la historia de Pedro y Jaimito

Pedro y Jaimito llevaban siendo algo mas que amigos desde primaria.
Fueron novios muchos años antes de decidir casarse e irse a vivir juntos.
Un dia, Pedro salio mucho antes del trabajo y tuvo la sensación de que ese dia no era como otro cualquiera; era un dia especial.

Ese día no cojió el autobus. Dió un paséo de camino a casa parandose en la pastelería para comprar la tarta de trufa mas grande que encontró, y se tomó su tiempo para elejir las doce rosas mas rojas de la floristería.
Recorrió tranquilamente el resto de camino a casa. Por cada esquina que cruzaba sentía un escalofrío que recorría todo su cuerpo y le ponía nervioso. La misma sensación que el día que esperaba con ansias el primer beso de Jaimito; o que el día que practicaba con el espejo como declararse a ese adolescente flacucho que tanto quería.

Pedro llegó a casa, no llamó al timbre porque tenía llaves. Entró en el portal e invirtió dos minutos en acomodarse el flequillo y el cuello de la camisa. Entró en la casa y caminó asta la cocina sin hacer ruido, escondió la tarta y el ramo de rosas detrás de la ilera de latas de té con sumo cuidado.

Se descalzó y dio pasos de ardilla asta la habitación. La radio cantaba "Total destruction" de U2 a pleno pulmón. Asomó la cabeza por la puerte entre abierta. Allí estaba, su principe azul, dejando al descubierto una espalda escultural, moviendose arriba y abajo una y otra vez, sobre la pelvis de un atractivo desconocido.

Pedro salió de casa como un fantasma desandando el camino andado. Recorrío el parque de punta a punta incapaz de ordenar el torvellino de ideas que tenía en la cabeza. Decidió dar un rodéo pasando por el antiguo barrio y gastando algo de tiempo en recordar la forma en que su infancia y su adolescencia había girado hasta ese dia entorno a una sola persona.

Volvió a casa a su hora normal. Jaimito lo llamó desde la cocino y se dieron un hipócrita abrazo. Cenaron en la barra americana como un dia cualquiera y perro dejó la mesa libre para colocar la tarta y las rosas de forma armónicamente estudiada. Jaimito volvió del baño y sonrrió cual niño malcriado al darse cuenta de la sorpresa.

Jaimito tiró a Pedro sobre la cama y se sentó sobre él tirando hacia abajo de su pantalón de traje. "No debemos estropear el momento" dijo Pedro. Jaimito asintió no muy convencido y se tumbó sobre la cama. Jaimito se durmió, pero Pedro seguí con aquel torvellino de ideas en la cabeza.

Era un día especial. Pedro se levantó, caminó asta el mueblebar y cogió la desde hacía años intocable botella de vino rosado, caro regalo de boda.
Los tres grados centígrados de aquella noche fria no le importaron. Descalzo y sin nada que abrigase su torso, subió peldaño por peldaño todas las escaleras asta llegar a la azotea. Caminó asta el muro de un palmo de alto y apoyó allí la botella de vino y el paquete de cigarrillos rubios.

Pedro vevió el vino trago a trago y aspiró profundamente el humo de cada calada de cada uno de los veinte cigarrillos mientras daba un concienzudo repaso a los aspectos mas importantes de su vida.

Se terminaron el alcohol y la nicotina, y con su final llegó la conclusión: una vida entera luchando por un mentiroso y un traidor que se rie a mis espaldas mientras yo, a sabiendas, actúo como si no pasara nada.

Pedro verticalizó la botella de vino para saborear el último par de gotas de la botella. Se irguió sobre el muro de ladrillo sin pintar haciendo pié en una maceta de piedra. Un millor de vibrantes espectadores presenciaron aquel salto a ninguna parte.

                                                                               Pedro se suicidó un martes a las seis menos cuarto de la madrugada desbordado por averse dado cuenta de que Jaimito lo engañaba.

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